Presidente Alberto Fernández: Una selfie con mensaje

Escribe Guillermo Saldomando

La definición de simulacro circuló ampliamente en los círculos filosóficos en los últimos años del siglo XX de la mano de los intelectuales posmodernos que interpretaron los tiempos que corrían luego de la caída del oprobioso muro de Berlín y de la llamada primera Guerra del Golfo.

Años antes, en 1967 un filósofo francés, Guy Debort había publicado un trabajo que definía a la sociedad contemporánea como la sociedad del espectáculo, debido a que, según su tesis, todo lo que una vez fue vivido, directamente se convirtió en una mera representación.

Mucho más acá en el tiempo, la intelectual argentina Paula Sibilia, publicó un ensayo donde analiza en profundidad el término perfomance, para interpretar las acciones que se desarrollan en la actualidad al calor del auge del universo social media.

Ese anglicismo está originalmente asociado al arte dinámico y efímero que tuvo su despegue en los años 60 y 70 como una expresión conceptual y provocadora.

Lo que me planteo en este artículo es unificar en una sumatoria abarcadora estos conceptos, para comprender el accionar del ser humano actual: la construcción del simulacro, la necesidad de ser espectáculo y también, de transitar la vida en una auténtica perfomance.

Cuando en un artículo anterior sostuve que estábamos en la Era del Simulacro me refería a que, en cada hecho realizado, la apariencia y las acciones de las personas semejaban cambios profundos pero que en verdad sólo arañaban la superficie de los problemas y que esas acciones, se pensaban más para el marketing que para abordar su raíz conceptual.

Respecto del mundo contemporáneo, el filósofo Jean Baudrillard en una de sus consideraciones más difundidas planteaba que en la era posmoderna, la realidad no existía, sino que, por el contrario, convivíamos con un simulacro de realidad, en todo caso, una realidad virtual creada por los medios de comunicación.

Es así, que en este nuevo escenario se publican iniciativas, algunas de ellas originales, que están más pensadas para ser viralizadas y comentadas, que para remover estructuras.

A partir de la facilidad que acercan las plataformas de internet y las nuevas aplicaciones que aparecen en forma continua, se incrementó una ola de trivialidad que opaca importantes cuestiones que la sociedad en su evolución debe resolver.

Esto se puede advertir fácilmente cuando se publican comentarios relacionados con cuestiones de género, incidentes racistas y xenófobos y también podemos verla reflejada en la sobre actuación que se observa con los cambios en los modismos cotidianos del lenguaje.

SI bien hay muchas personas comprometidas que estudian y trabajan para lograr soluciones integrales y justas en estos temas, muchas veces quedan ocultas por el show mediático y la histeria de las redes sociales, que contaminan y envuelven con mediocridad, violencia verbal y oportunismo aspectos trascendentales.

Así aparecen celebreties fugaces, mostrando al mundo que son “open mind”, famosos portando cartelitos con la consigna del momento, políticos con adornos de pueblos originarios, policías de rodillas emulando una tortura mortal callejera o gente “progre” memorizando un supuesto lenguaje inclusivo.

La idea es mostrarse lo más políticamente correcto posible, gritar a los cuatro vientos que se es amplio, tolerante y para eso la consigna es escoger la mejor fotografía de perfil y los filtros de Instagram.

Todo parece estar signado por la idea de “hacer como” o “parecer como”; incluso la política. En su momento, el destacado intelectual y expresidente brasileño, Fernando Henrique Cardoso manifestó con sencillez pero con contundencia que el populismo en verdad, era un simulacro de bienestar cuando sostuvo que “anestesia al pueblo. Hace creer a la gente que va bien, y va mal”.

No es casualidad entonces, que, en sintonía con esa definición, el ensayista Alejandro Katz haya titulado como “El simulacro” a un libro donde analiza la política aplicada durante los años del kirchnerismo. 

A esta ola se le agrega, una marcada tendencia por querer reescribir la historia, forzando análisis anacrónicos con maquillados posicionamientos, tal vez como una forma de ocultar bajo la alfombra hechos incómodos para los relatos actuales.

De un día para otro comenzaron a rodar cabezas de estatuas erigidas en honor de personajes que con el tránsito de la historia y el cambio de escenario cultural han perdido predicamento en la opinión pública. Así, en diferentes regiones del globo cayeron en la misma bolsa George Washington y Cristóbal Colón, sólo por citar dos ejemplos.

Ese oportunismo vedette conspira en forma directa contra las valorables acciones que buscan ampliar derechos y democratizar la vida de los seres humanos del presente.

Es así, que acaban siendo más trascendentes los pañuelos de diferentes colores, los diversos stickers, o las coreografías montadas para el momento, que la sanción y cumplimiento de leyes que potencien la inclusión, la participación efectiva y los derechos humanos de los ciudadanos.

Disfrazarse un día, lucir una insignia, tomarse una selfie prefabricada es fácil, lo significativamente complejo, pero absolutamente necesario es avanzar en la búsqueda de una sociedad más justa, que incluya la diversidad y el conjunto de la población.

Realizar una representación o una producción de una original perfomance con pretensiones de viralización puede ser más o menos complejo, pero lo sumamente imprescindible es construir cimientos firmes que permitan edificar en forma progresiva un mundo con una mejor calidad de vida y no sólo, un colorido decorado propio de un estudio de Hollywood.   

El autor es consultor, periodista y profesor universitario