Un sondeo entre expertos en sustentabilidad indica que los empresarios se resistirán a la nueva agenda ambientalmente “incorrecta” que propone el futuro gobierno norteamericano. Por qué fue un error del gobierno argentino retirarse de la cumbre climática.

Por Diego Dillenberger

Uno dice que está por la apertura económica, el otro, por el proteccionismo a ultranza de la industria estadounidense. Pero Javier Milei y Donald Trump coinciden en otras cosas, y una de ellas es que niegan el cambio climático o las causas del calentamiento global. 

Para los que confían en la evidencia científica de que la Tierra se está calentando peligrosamente por culpa de la actividad humana, o simplemente recuerdan que hace unos años no hacía tanto calor como ahora, el “negacionismo climático” es una suerte de “terraplanismo”.





 

 





 

Pero si a partir de ahora habrá “piedra libre” para cualquier trapisonda en materia de contaminación ambiental, dependerá exclusivamente de las empresas, que son las que producen y de las que depende cuánto aumente la contaminación ambiental en el planeta.

Las grandes multinacionales fueron incorporando en las últimas décadas valores, precauciones y procesos “ecológicamente correctos”, aunque -no pocas veces- fuera solo “marketing verde” y no ambientalismo real. Así se lo exigían los consumidores e -inmediatamente después- desde la política. 

Pero también cada vez más fondos de inversión, accionistas y empresas de consumo masivo requieren que las compañías a las que financian o les compran productos y servicios cumplan estrictas normas ambientales. 

El nuevo “sello” de calidad mundial abarca el cuidado del medio ambiente, pero también la inclusión social y las prácticas administrativas honestas: ESG, por Environment, Social y Governance. La empresa que no cumplía el principio ESG, hasta ahora era considerada algo así como “paria”.

Por eso, la gran duda de estos días en todo el mundo es, si a partir del nuevo período Trump en la primera potencia económica, las empresas en parte del planeta empezarán a ignorar los reparos ecológicos. En Estados Unidos con Trump, pero también en la Argentina de Milei, se empezó a imponer una visión descalificadora de los estándares ESG, como una especie de “versión empresarial del wokismo” o “progretudismo”.

¿Se vendrá una era de “vale todo” para la contaminación ambiental?


El presidente Milei ordenó a la delegación argentina retirarse de la cumbre climática anual, que culminó el viernes en Baku, Azerbaiyán. El gobierno argentino amenazó incluso con bajar a la Argentina del pacto climático de París de 2015. Cuando se enteró que el club de los excluidos del Acuerdo de París era ínfimo y que sus únicos “socios” son Irán, Libia y Yemen, el gobierno libertario dejó esa dudosa idea en “stand by”. Podría haber consultado a los empresarios argentinos que leyeron la noticia del desplante argentino agarrándose la cabeza.

Si la delegación nacional hubiese asistido a la cumbre climática en la ciudad asiática, podría haber escuchado a Darren Woods, CEO de ExxonMobil, la mayor petrolera norteamericana, que planteó un fuerte discurso a favor de “un sistema global para controlar las emisiones de las industrias”. 

Los medios lo interpretaron como una dura advertencia al presidente electo de su país, consdierado un fanático propetróleo. Woods no estuvo solo. La mayoría de sus colegas petroleros -señalados en todo el mundo por estar entre los mayores culpables de las emisiones de gases de efecto invernadero- se expresaron en Baku en ese sentido. Las petroleras extraen -y proveen- los combustibles fósiles considerados responsables de exacerbar el calentamiento global.

Pero no es solo “marketing verde” (greenwashing, en inglés) lo que mueve a las propias empresas a reclamar normas ambientales exigentes: un gigante como Exxon -que recientemente vendió todas sus operaciones en la Argentina- opera en más de medio centenar de países y se beneficia con normas ecológicas globales estandarizadas. 

Por algo el CEO petrolero norteamericano advirtió sobre un “ambiente políticamente polarizado” que cause “constantes idas y vueltas” con las normas ambientales: otra “patadita” para Donald Trump.

En la Argentina de Javier Milei los empresarios no piensan tan distinto. Para tener una idea de la importancia de la conformidad con los estándares ESG, la carne argentina que se exporta a Europa, por ejemplo, debe llevar el certificado de que no proviene de zonas deforestadas. Cualquier “trampa” puede cerrar los mercados europeos por mucho tiempo.

Los ganaderos franceses se frotan las manos porque esa actitud negacionista de la agenda del cambio climático por parte de Milei les puede servir de excusa para que Francia y otros países europeos finalmente no aprueben el acuerdo Mercosur-Unión Europa.

Por eso en una encuesta a cien directivos y consultores argentinos dedicados a la sustentabilidad y la comunicación realizada en el marco de la entrega de los Premios Eikon quedó muy claro que desde las empresas van a resistir la nueva agenda que propone el “negacionismo ecológico”. 

Hay una ligera diferencia entre lo que creen los expertos del sector que deberían hacer las empresas para las que trabajan y lo que creen que finalmente harán: dos tercios de los 

profesionales creen que las empresas deben “ignorar el momento político local y en Estados Unidos y seguir afianzando medidas de sustentabilidad y su comunicación”. Poco más de un cuarto tiene una opinión más matizada: mantener políticas de sustentabilidad, pero comunicarlas con perfil más bajo, atendiendo el nuevo clima político negador del cambio climático. 

Entre los entrevistados se destacaron explicaciones tales como que “las nuevas generaciones van a demandar productos sustentables”, o que se trata de una “agenda de largo plazo de las empresas” y que las compañías no se deben “mover por humores políticos”. 

Muchos destacan en ese sondeo a profesionales de comunicación y sustentabilidad realizado por la revista Imagen (que organiza esos premios) que el hecho de que “dos gobiernos en el contexto de las naciones” (en referencia a Argentina y Estados Unidos) subestimen el cambio climático “no debería alterar la comunicación ni la acción de las empresas hacia la sustentabilidad”. Muchos destacan que se trata de compromisos internacionales y que los mercados financieros y los “stakeholders” o públicos vinculados a las empresas exigen cumplimiento de estándares de sustentabilidad.

Destacaron también que es complejo confrontar con el gobierno en ese tema, pero advierten al mismo tiempo que muchas exportaciones argentinas solo pueden ser competitivas en mercados internacionales si certifican la sustentabilidad de su proceso productivo.

Previsiblemente, los profesionales respondieron con ciertos matices a la hora de pronosticar cómo actuarán las empresas argentinas en concreto ante una nueva corriente política contraria a incentivar la sustentabilidad y desconocer las causas y los peligros del calentamiento global: para una mayoría, mantendrán sus políticas hacia la sustentabilidad. Un cuarto de ellos cree que seguirán con sus políticas de sustentabilidad, aunque las comunicarán con perfil más bajo “para no irritar a las nuevas autoridades”, y solo el 13 por ciento cree que ahora frenarán inversiones en proyectos de sustentabilidad, habida cuenta del cambio de políticas en ese sentido en la Argentina y los Estados Unidos.

Un dato interesante que arroja la encuesta sobre la sustentabilidad en la era Trump-Milei indica que la mayoría de los profesionales de comunicación cree que las empresas seguirán manteniendo el énfasis actual en comunicar sus avances en materia de produción sustentable, en contra de la nueva agenda “antiecológica”, y solo el 20 por ciento cree que esa tendencia se frenará ante el nuevo escenario político para no contrariar al gobierno.

¿Serán preocupaciones genuinas por la contaminación? ¿Será porque ya no se puede hacer negocios a nivel global sin respetar normas ambientales? ¿Será porque es “greenwashing” o marketing verde? Cualquiera sea el motivo, las empresas en la Argentina están prometiendo resistir la nueva agenda “antiecológica”.

Ni Trump ni Milei abrazan la idea del calentamiento global, pero las empresas dicen que no les harán caso