Por Diego Dillenberger
¿Cuándo fue que se jodió Perú? La pregunta inicial de Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa, podría adaptarse muy apropiadamente: ¿Cuándo fue que se jodió Argentina?
Hay muchas respuestas económicas y políticas y no es el objeto de esta columna. Intentemos una respuesta desde lo comunicacional: ¿Será porque desde la dirigencia argentina, en los 70 años en los que el país pasó del top ten mundial de prosperidad a ser un caso de estudio por su autodestrucción e incapacidad de salir de un retroceso económico singular faltó un concepto esencial en la comunicación política y empresaria? ¿Será falta de autocrítica?
Patricia Bullrich, hoy presidenta del PRO, dio un ejemplo interesante de que los políticos argentinos, si quieren, están en condiciones de apelar a la autocrítica. Dos meses atrás, en un zoom público y ante cientos de simpatizantes, se confesó en un largo diálogo con el líder radical y ex senador Ernesto Sanz: “fuimos más sigamos que Cambiemos”, fue su más acabada síntesis.
Vale la pena repasar esa autocrítica que se esperaba del anterior gobierno desde antes que finalizara, hace casi un año, por el fracaso económico y social que trajo de vuelta al poder al peronismo. En menos de tres minutos, la ex ministra de Seguridad fue lapidaria con la estrategia económica, de asistencialismo social y el management político de su propio gobierno.
Por qué la autocrítica de Cambiemos, hoy Juntos por el Cambio, es tan relevante:
Primero es imprescindible que ante la actual deriva de la política económica hacia un muy probable agravamiento de la ya gravísima crisis económica y social, la oposición colabore ofreciéndole a la sociedad -y al propio gobierno del presidente Alberto Fernández- un programa económico integral. Argentina está entrando en algo que podría ser una crisis humanitaria, si la falta de orientación económica, que ya elevó la pobreza a más de 40 por ciento, según la medición del propio gobierno, no se revierte urgentemente.
Hoy el Presidente, más preocupado por hacer política y responder al comando del Instituto Patria, descalifica a la oposición las poquísimas veces que habla alguno de sus referentes económicos con el argumento -muy discutible- de que lo que sufrimos hoy los habitantes de Argentina, además de la pandemia, es resultado del anterior gobierno de Mauricio Macri.
La única forma que tiene la oposición para “taparle la boca” a Fernández es haciendo algo que no hizo cuando tuvo la oportunidad: presentando un diagnóstico acertado y un programa económico consecuente con ese diagnóstico.
Obvio: ese acto -tan imprescindible en la actual emergencia- implica una autocrítica a la gestión del anterior presidente Mauricio Macri, que no tuvo ninguna de las dos cosas: ni plan ni autocrítica.
Pero ese acto de autocrtíca constructiva: “entendí en qué me equivoqué, ahora sé qué hay que hacer para rescatar a la Argentina, y no tengo problemas en admitirlo” es la condición necesaria para que los opositores de hoy recuperen la credibilidad perdida y no solo mejoren sus chances de volver al poder en 2023, sino que mejoren las posibilidades de que el gobierno encuentre una salida -por el bien de los argentinos.
Pero la alentadora autocrítica de Patricia Bullrich, que fue solo un primer tímido paso, quedó en ese zoom con Sanz. Se está debatiendo internamente, pero no se hace público, dicen mientras esperan que Mauricio Macri publique un libro con las memorias de su gobierno que contenga por lo menos algo de esa autocrítica.
Qué explican los cambiemitas que no quieren ventilar una autocrítica: “No queremos que el peronismo use nuestra autocrítica en contra nuestra”, fue la explicación que me dio Patricia Bullrich en una entrevista en el programa de TV La Hora de Maquiavelo y es la que impera hoy en todos los partidos de Cambiemos.
¿Tiene razón?
Veamos: por lo pronto la falta de exteriorización de la autocrítica es justamente lo que aprovecha hoy el peronismo para “mandar a lavar los platos” a los referentes económicos opositores que muy escasamente se animan a advertir sobre el rumbo económico actual.
Pero además, el silencio de la autocrítica opositora es parte de las tan negativas expectativas que hay en la economía argentina. Según encuestadoras como D’Alessio IROL Berenzstein o Synopsis, esa esperanza en alguna recuperación económica del país está más o menos en el mismo nivel en que estaba en lo más profundo de la crisis de Cambiemos, en 2018. Esto no contribuye a que la oposición recupere su credibilidad perdida, pero también agrava la crisis actual: falta absoluta de esperanzas en el mediano y largo plazo.
La oposición, que fue gobierno hasta hace apenas meses y tuvo que salir del poder por falta de un programa económico, ¿todavía no tiene un plan para ofrecerle al país?
Aun en la debacle del anterior gobierno de Cristina Kirchner, que entró en crisis a fines de 2011 y nunca se pudo recuperar, tanto el alcalde porteño Mauricio Macri como el entonces peronista opositor Sergio Massa, eran una luz de esperanza en lo económico. Hoy Massa es parte del problema, y Cambiemos ya no representa ese relato de posible solución a la crisis argentina.
Pero hay otro argumento que esgrime hoy la oposición para justificar que el atisbo de autocrítica de Patricia Bullrich debe seguir entre cuatro paredes y quedarse en ese zoom: “¿Acaso el peronismo alguna vez hizo alguna autocrítica?”
La respuesta, definitivamente es: no. Tendría razón la oposición, entonces. Si el peronismo hubiese hecho una autocrítica, no sería “el peronismo”, que se basa en credos de su fundador, el coronel Juan Perón, su esposa, Evita, y los presidentes peronistas que les siguieron. Credos flexibles, ciertamente, pero siempre fue un sistema de creencias ideológicas indiscutibles que proponían la doctrina de Perón tanto para estatizar como para privatizar.
Ni que hablar de que el mismo peronismo creó simultáneamente un grupo terrorista de izquierda para tomar el poder y otro de ultraderecha, para impedírselo. Hoy la sociedad sigue esperando la autocrítica del peronismo sobre los sangrientos ‘70.
¿Pero no se esperaba acaso que la oposición republicana fuera diferente en cuanto a su capacidad de autocrítica?
Ante la duda, una encuesta a profesionales argentinos de comunicación empresaria y política de la Argentina indagó sobre ese tema: ¿es relevante la autocrítica en la comunicación política? Porque en la comunicación corporativa moderna, no cabe duda: se postula cada vez más que la transparencia, la autenticidad (authenticity) es uno de los leit motivs de la comunicación empresaria.
La Volkswagen lo demostró con su autocrítica ante el escándalo de los autos Diesel que tenían un software secreto para engañar en los tests de emisiones. Akio Toyoda, nieto del fundador de Toyota (cambió la d por la t para darle más fuerza a la marca), se largó a llorar frente a las cámaras al admitir que docenas de personas murieron en todo el mundo a causa de un defecto de software en el sistema de frenos de determinadas series de Corolla.
¿Lo que la opinión pública considera imprescindible de las empresas, no lo exige de sus líderes políticos? El 78 por ciento de los profesionales argentinos de PR considera que la autocrítica es tan importante en la comunicación corporativa como política. Si le sumamos un 9 por ciento que cree que es más importante en la política que en la comunicación empresaria, llegamos a casi el 90 por ciento de los 60 comunicadores que contestaron.
Más de las tres cuartas partes de ellos dicen que no coinciden con la explicación de los líderes de Cambiemos de que no se debe exteriorizar la autocrítica, porque el gobierno la podría usar en su contra.
Además, puestos a evaluar la urgencia de la necesidad de la autocrítica por parte de la oposición, dos tercios de los comunicadores la calificaron como 8,9 o 10 en una escala del 1 al 10: sumamente urgente.
Dicho esto, inmediatamente surge otra pregunta: ¿y el gobierno del presidente Fernández no le debe a la sociedad argentina una autocrítica?
En la campaña electoral prometió “encender la economía”. Podríamos aducir que tiene en la pandemia una buena excusa para el fracaso en esa promesa. Pero en lo que no tiene excusa es en el manejo de la pandemia en sí, que tanto rédito en imagen le dio en los primeros meses de la cuarentena “extralarge”.
El presidente, que ahora hace anunciar por una locutora las nuevas extensiones de la cuarentena (que según sus palabras, “no existe”) criticaba en los shows televisivos iniciales a los gobiernos de Chile, de Suecia, de España -con filminas con errores estadísticos- por su gestión de la pandemia.
Hoy, después de más de medio año de cuarentena y con la economía totalmente quebrada, la Argentina está entre los primeros países en cantidad de contagios y tiene -proporcionalmente- la misma cantidad de muertos que Estados Unidos, donde Donald Trump desaconsejó la cuarentena y hasta politizó el uso de barbijo como “de izquierda”.
Si volvemos a la pregunta de la novela de Vargas Llosa: ¿cuándo fue que se jodió….? Quizás la respuesta de la política y toda la dirigencia (¿tiene el empresariado acaso el plan alternativo?) esté en la autocrítica.
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