Por Diego Dillenberger
Hace exactamente un año, los diarios de negocios del mundo festejaban la resolución de los CEOS estadounidenses que forman la Business Roundtable de declarar “oficialmente” el fin del capitalismo orientado al accionista para pasar al capitalismo de stakeholders, o más orientado a la comunidad. Esa asociación de CEOs norteamericanos se juramentó que sus miembros no buscarían más las puras ganancias sin tener en cuenta antes a la comunidad, el medio ambiente, sus empleados y proveedores e hizo una suerte de juramento de “Propósito Corporativo”.
Muchas consultoras de PR brindaron pensando que se venían más contratos para difundir las nuevas iniciativas y actividades de sustentabilidad e inclusión de sus clientes corporativos.
Pero a los pocos meses llegó la pandemia y los puso a prueba.
Ahora una suerte de “boletín de calificaciones” al año del nuevo “propósito corporativo” en Estados Unidos les puso a casi todos muy malas notas, particularmente por sus comportamientos en la pandemia: no pasaron la prueba del virus.
Bajo el título de COVID-19 e inequidad, un test de propósito corporativo, la consultora KKS Advisors, a instancias de la Fundación Ford, afirma que el desafío de la pandemia y las protestas por racismo han puesto a prueba a los CEOs de la Business Roundtable y su promesa de propósito corporativo y nuevo capitalismo de stakeholders y han mostrado demasiadas debilidades.
Diplomáticamente: “haber firmado el compromiso de propósito corporativo no resultó ser un indicativo de performance futura en el ámbito de capital humano y social” y por el contrario, destacó como indicador clave “si una empresa responde tempranamente a temas relevantes durante una crisis”.
Traducido: salvo excepciones, el Compromiso de Propósito Corporativo, por ahora, fue más marketing que realidad.
Una de las empresas más criticadas por el análisis fue Amazon, gigante del retail online y una de las que firmaron el Compromiso de Propósito Corporativo. Pero Amazon, de las 800 corporaciones que investigó el estudio, quedó entre las más castigadas. Su fundador, el multimillonario Jeff Bezos, habrá firmado, pero quedó como ejemplo de cómo sacar provecho de la pandemia para aumentar ganancias vendiendo por 164 mil millones de dólares al año y haciendo muy poco para proteger a sus empleados. De todos modos, el estudio destaca que Amazon creó mucho empleo nuevo en la pandemia. Pero sostiene que fueron puestos de baja calidad, lejos de calificar para la promesa de “propósito” firmada por el magnate, también dueño del diario Washington Post.
En el caso de Salesforce, gigante de software de gestión de ventas, su CEO y fundador, Marc Benioff, uno de los más ruidosos firmantes del compromiso de la Mesa Redonda, resultó duramente criticado por haber despedido en medio de la pandemia a mil empleados y fue violentamente zarandeado por una nota en el New York Times.
De todos modos, no está entre las peores: recibió buenas calificaciones en su política de inclusión racial, tan importante en ese país desde el asesinato de George Floyd.
Pero lo más llamativo es que el informe destaca como particularmente positivo y ejemplar al fondo BlackRock, que fue la pieza clave para terminar de cerrar la reestructuración de los bonos soberanos defaulteados por Argentina.
BlackRock es el mayor administrador de fondos del mundo, y es elogiado por emprender acciones tempranas para mitigar la crisis del COVID. Donó 50 millones de dólares para servicios de emergencia y para adquirir instrumental médico.
También destaca que su CEO, Larry Fink, es clave en dirigir las inversiones del fondo a empresas que contribuyan a frenar el cambio climático.
No lo menciona, pero Fink fue fundamental en cerrar un acuerdo con el gobierno peronista argentino. Aun siendo un asesor clave del presidente Donald Trump, y a pesar de haber lanzado Argentina numerosas iniciativas y provocaciones tendientes a malograr su relación con Washington, Fink puso ante Argentina una negociadora con la misión de mostrarse firme ante las bravuconadas y desplantes de los negociadores kirchneristas, pero de no dejar caer al país. BlackRock era por lejos el mayor tenedor de bonos argentinos, y un fracaso de las negociaciones hundiría a la Argentina y sus habitantes aún más profundamente en la pobreza y tampoco les aportaría demasiado a los inversores que confiaron en BlackRock: primero deberían litigar años para cobrar de un país sumido en el caos.
Mientras en Argentina se consideraba a BlackRock y su CEO, Fink, una “bestia negra capitalista”, estaban tratando con la única empresa que parece haber aprobado con sobresaliente la prueba de ese “nuevo capitalismo” del que la política “progre” se llena tanto la boca.
El postulado del economista liberal Milton Friedman de los 70 era que para que las sociedades progresen, “las empresas deben dedicarse a generar dinero para sus accionistas”. Con el Propósito Corporativo, ese postulado quedó enterrado -por ahora.
Fink, por el contrario, sostenía en su carta a los “caballeros de la Round Table” que “el propósito no se contradice con las ganancias”, porque “una empresa no puede lograr ganancias a largo plazo sin abrazar un propósito que considere las necesidades de una amplia gama de stakeholders. Finalmente, el propósito es el motor de la rentabilidad de largo plazo”, sostiene Fink.
Por lo menos, en el caso de Argentina, no se puede decir que no lo hubiese intentado.