Los ejecutivos de Disney jamás se imaginaron que el estreno de la película de Mulan tendría implicancias geopolíticas, sería sujeta a censuras y generaría controversias internacionales. Cuando la empezaron a filmar hace cinco años, en 2015, pensaban que sería un film orientado principalmente al público chino, y que sería un gran éxito taquillero. Sin embargo, en lo que representó una gran falla de issues management y uno de los peores manejos de PR de Disney, Mulan terminó siendo todo lo contrario: acabó casi completamente prohibida en el país al que estaba destinada, rodeada de críticas y movimientos que intentaban boicotearla.
En agosto del año pasado, la protagonista de la película, Liu Yifei, se proclamó a favor de la policía de Hong Kong en Weibo, la popular red social china. Sus comentarios se produjeron en medio de una escalada de tensiones entre Hong Kong y China continental, donde la policía de la ciudad reprimió con gas lacrimógeno y balas de goma a quienes se manifestaban para defender la libertad de expresión.
Por eso, cuando Mulan se estrenó en septiembre de este año, Joshua Wong, un activista hongkonés a favor de la democracia, llamó al público a boicotearla. Twitteó que Yifei ‘‘respalda la brutalidad policial abierta y orgullosamente’’ y, sin mucho esfuerzo, el hashtag #BoycottMulan se convirtió en tendencia en Twitter.
El tweet de Joshua Wong instando el boicot de Mulan
Debido a la pandemia, la película se vio obligada a retrasar su fecha de estreno, originalmente pautada para el 27 de marzo de 2020. Tras asumir que los cines no volverían a abrir sus puertas en ningún momento cercano, Disney finalmente decidió ofrecer la película a través de Disney Plus, su servicio de streaming, el 4 de septiembre. En un intento por salvar el estreno presencial fallido, dispuso un precio de venta muy elevado: 30 dólares, a los que se suman los costos de suscripción a la plataforma de transmisión.
Quienes vieron Mulan –desde sus sillones, en la mayoría de los casos, salvo en los pocos países en los que los cines ya volvieron a funcionar– se llevaron una sorpresa: en los créditos finales Disney agradeció a ocho autoridades chinas de la región autónoma de Sinkiang, donde se filmaron algunas de las tomas al aire libre. Sinkiang es la provincia en la que el gobierno chino ha detenido, según el New York Times, a ‘‘millones o más de grupos minoritarios, en su mayoría musulmanes, en campos de adoctrinamiento’’.
Uno de los grupos detenidos son los Uigures, un pueblo casi completamente musulmán que conforma el 45 % de la población de Sinkiang. Aunque China define sus campos como ‘‘campos de reeducación’’ que existen ‘‘para mejorar la seguridad’’ del país, se informa que en los campos ocurren violaciones de derechos humanos: aparentemente, el adoctrinamiento y el trabajo, la esterilización y los abortos forzados son parte de la orden del día. Más que campos de reeducación se trata de campos de detención y, algunos sostienen, hasta de genocidio.
Como si los comentarios de Yifei, el estreno retrasado y la asociación entre Disney y un campo de detención fuera poco, China, el país para quien estaba intencionada la película, acabó prohibiendo toda cobertura mediática de Mulan en el continente, debido a la controversia que generó aún antes de haberse estrenado. Además, Douban, el sitio de reseñas de películas chino más popular, calificó al film con un puntaje de apenas 4.7 sobre 10.
De este modo, la adaptación occidental de una antigua leyenda china en la que una joven se convierte en guerrera terminó recaudando 23.2 millones de dólares en su primera semana de estreno, una cifra muy por debajo de las estimaciones iniciales que indicaban que generaría entre 30 y 40 millones. Considerando que el presupuesto de la película fue de 200 millones de dólares y que al día de hoy, entre estrenos presenciales y streaming, sus ingresos son de apenas 43.8 millones, los números resultan lamentables.
El tweet que muestra los créditos de Mulan, en los que se agradece a las autoridades de Sinkiang. Los subtítulos de la película indican que la provincia es un sitio el ”noroeste de China”, evitando mencionarla por su nombre
Hay situaciones que Disney no podría haber previsto: una pandemia que azotara al mundo durante meses y provocara el cierre de los cines, o los posteos en redes sociales de su protagonista a favor de quienes reprimían la libertad de expresión en una ciudad como Hong Kong. Tampoco podría haber previsto que el presidente estadounidense llamaría a la pandemia ‘‘el virus chino’’ e intentaría prohibir Tik Tok, la red social originaria del mismo país, acciones que probablemente contribuyeron a la censura que el gobierno chino ejerció sobre Mulan.
Por otro lado, es cierto que en 2015, cuando Disney empezó a filmar la película, la existencia de los ‘‘campos de reeducación’’ no era tan sabida como lo es ahora. Sin embargo, las grabaciones se extendieron durante cinco años, tiempo en el que esas cuestiones sí salieron a la luz. El periodista Shawn Zhang, incluso, escribió que si el equipo de filmación de Mulan aterrizaba en el aeropuerto de Turpan y viajaba por la carretera G312 hacia el desierto de Shanshan, donde filmaba, ‘‘podrían ver al menos siete campamentos de reeducación’’.
La de Mulan es una pesadilla de PR e imagen para Disney. Además, un fracaso en cuanto a su box office e ingresos. “Los consumidores occidentales solían ser lo suficientemente indiferentes a la política china como para que los ejecutivos occidentales no tuvieran que incluirla en sus planes comerciales, especialmente para algo aparentemente tan anodino como el remake de una película para niños”, escribió Eva Dou para el Washington Post . “La guerra comercial con Estados Unidos ha contribuido a este cambio, al igual que las duras represiones de China en Hong Kong y Sinkiang, que han afectado a los consumidores occidentales”. Para la próxima, Disney tendrá que estar más atento.