Por Sebastian Bigorito, Director Ejecutivo del CEADS
Si antes de la pandemia era evidente que el capitalismo se sustentaba sobre un contrato social desactualizado o casi obsoleto, no sería exagerado esperar que para el día después de esta multicrisis sanitaria-económica-social y de valores, el sistema capitalista se vea débilmente sostenido por un contrato social rescindido por voluntad de todas sus partes.
Repasemos la imagen y situación previa a la multicrisis:
Pérdida de confianza en instituciones y empresas
Todos los indicadores de confianza y credibilidad globales, regionales, como también locales, mostraban una abrupta y sistemática caída de la confianza respecto de la casi totalidad de las instituciones. Las organizaciones de la sociedad civil llegaron a estar por encima del sistema de Naciones Unidas y del sector académico.
Dentro del mundo corporativo, las empresas multinacionales fluctuaban por la zona media/baja de la lista de confianza y las empresas nacionales eran percibidas como más confiables y creíbles, pero no por mucha diferencia.
Mientras gobiernos locales y ciudades se acomodaban en una zona media, los gobiernos a escala nacional peleaban por el último puesto.
Sin embargo, estos fluctuantes resultados estaban de por sí sesgados ya que los encuestados eran público informado, es decir, una pequeña elite. Por eso, cuando se introduce en estas mismas encuestas al público no informado, estos rankings de confianza se pusieron patas para arriba, ya que la mass population era contundente con su mensaje nihilista: “no confiamos en ninguna institución”.
Mientras la opinión pública (informada y no informada) castigaba a empresas y gobiernos con baja o nula confianza, las expectativas respecto de las empresas resultaban contradictoriamente altas. La lógica sería así: “si bien no te tengo confianza, creo que tenés la responsabilidad de mejorar la sociedad”.
El rol de la empresa
Éstas y otras encuestas mostraban que las expectativas de un 80% de la opinión pública sobre el comportamiento ético y compromiso social de las compañías se encontraba aun por encima de lo que esperaban por parte de los gobiernos. También creían que las empresas debían y podían mejorar las sociedades ya que además de generar ingresos, podrían generar impacto positivo en las comunidades y en el ambiente.
Las agendas de Responsabilidad Social y sustentabilidad empresaria intentaron acercar las brechas entre “alta expectativa – baja credibilidad” con diferentes fórmulas y herramientas. Incluso hemos logrado introducir, con relativo éxito, algunas adendas y parches a aquel ya obsoleto contrato social. Le pusimos un respirador para ganar tiempo mientras de a poco intentábamos convencer -y convencernos- de que generar riqueza y empleo era parte necesaria pero no suficiente del rol de la empresa en la sociedad futura. Una sociedad más diversa, conectada y demandante, con una economía de mayor circularidad por restricciones de recursos naturales, más inclusiva y resiliente.
Hasta que apareció el gran cisne negro de la pandemia
Los principales intelectuales de un lado y del otro de la globalización ya hoy coinciden en que, el día después, van a iniciarse profundos y veloces procesos de cambios estructurales: un nuevo equilibrio geopolítico, una nueva bipolaridad mundial, una renovada guerra fría y una exacerbación de los nacionalismos.
Pero quizás la discusión más picante se traduzca en un tire y afloje entre el rol de Estado y el rol del mercado, tomando como base la respuesta de ambas instituciones ante la pandemia. Si la discusión se limita a “Estado versus mercado” será una disputa pobre y superficial. De un lado se levantarán las banderas de la necesidad de más Estado, mientras del otro lado del mostrador se hará recordar el mantra que repite que solo el privado genera riqueza y empleo genuino. Ninguna afirmación cancela a la otra. Así solo estaríamos elevando el tono del debate, pero sin salir de los límites del viejo contrato social, es decir, intentando hacer más retoques y más parches que ya sabemos cómo terminan.
Mientras se discute otra vez acerca del sexo de los ángeles, perderíamos de vista la posibilidad y quizás única y última oportunidad de celebrar un nuevo contrato social como piedra fundamental de un nuevo capitalismo. Para ello se necesita, primero, escuchar a aquellas voces pre-pandemia que hace diez años ya nos venían diciendo “no confío en ninguna institución” para empezar a aceptar que el rol de la empresa ya no es solamente generar riqueza y empleo.
Un nuevo contrato social
Para celebrar un nuevo contrato social es imperioso entender que la empresa ya no es solo un agente económico sino también un importante actor social. Para los especialistas en sustentabilidad, Responsabilidad Empresaria y gobierno corporativo, esto no resulta ninguna novedad, ya que desde hace años intentamos trabajar sobre ello sin poder colocarlo concretamente en una hoja de ruta por la falta de un contexto que habilite discusiones de fondo.
Por eso es que la disrupción total de la pandemia puede habilitar esta nueva configuración, apuntando algo así como un reseteo del capitalismo. Un fenómeno que lenta y tibiamente se venía dando, pero cuya velocidad y profundidad de cambio iban por la escalera cuando las críticas al sistema capitalista subían por el ascensor.
De no aprovechar este escenario post-pandemia y no fomentar un reseteo del capitalismo desde el mismísimo sector empresarial estaríamos ante el gran riesgo de que sean otros los actores sociales y políticos que canalicen esa energía, confusión y bronca social. Perderíamos un timing de oro para poder marcar la diferencia entre el viejo capitalismo y un nuevo capitalismo más inclusivo y sustentable. Como resaltaba antes, afortunadamente las bases para un nuevo contrato social ya existen y de sobra dentro de las mismísimas agendas de sustentabilidad, que si hasta ahora no habían encontrado una curva de crecimiento mayor es porque han sido custodiada por unos pocos líderes.
La agenda de sostenibilidad global ha evolucionado tanto desde la teoría como en la evidencia empírica con incontables casos de éxito, pero necesitan acelerar el paso. Decenas de miles de empresas cuentan hoy con Políticas de Derechos Humanos en línea con las recomendaciones de la ONU. Aunque estemos muy lejos de emparejar los estándares de desiguales eslabones en cadenas de valor globales, son cada vez más los países que empiezan a regular desde un enfoque de due dilligence en cadenas de suministros el trabajo infantil, la “esclavitud moderna”, o los impactos sobre pueblos indígenas.
Desde lo ambiental, la gran mayoría de las grandes firmas cuentan con sofisticados Sistemas de Gestión Ambiental, incluso integrados con otros sistemas como la gestión de calidad, o seguridad ocupacional, hasta el compliance.
Las empresas de primera línea miden la huella de carbono de sus principales productos y servicios; es decir, cuántos gases de efecto invernadero se generaron durante el ciclo de vida de un determinado producto, como también la huella de agua. Para actividades cuyos productos son exportables, estas prácticas son condición de entrada – y hasta barreras paraarancelarias – hacia mercados globales.
En relación con la Responsabilidad Social, ha habido una evolución desde el enfoque de asistencialismo comunitario hacia la inversión social estratégica, en la cual se miden impactos para evaluar la eficacia de las contribuciones hacia la sociedad y para que esas acciones no sean elegidas por capricho, sino que sean planificadas con sólidos criterios, muchas veces elaborados entre el management de la empresa en conjunto con referentes de las comunidades.
Esto solo son algunos ejemplos para demostrar que la tendencia existe, que de facto la empresa ya se posiciona como actor social y no un mero agente económico, y que el potencial impacto de la actividad privada va mucho más allá de generar riqueza y empleo. Es verdad que si bien no son pocas, tampoco son muchas las empresas subidas a este barco.
Asimismo, si bien es cierto que no son pocas las empresas que dicen hacer más de lo que realmente hacen, también es igualmente cierto que el beneficio de ser sustentables no es retribuido en la misma proporción que lo que está siendo socialmente invertido.
Justamente un cambio disruptivo como el escenario pos-pandemia, que demande un nuevo capitalismo con un nuevo contrato social, es lo que puede llegar a acelerar estas tendencias con curvas exponenciales, para que pasen de ser buenas prácticas a prácticas habituales. Estamos hablando de un nuevo capitalismo en el cual las empresas sean exitosas por ser sustentables y no a pesar de ello.
Falsas dicotomías
A nivel político la discusión “más Estado, menos mercado” -o viceversa- debería quedar encorsetada al visualizar que todos los impactos de las empresas que hemos ejemplificado adquieren escala y magnitud solo en los casos en los que existe una verdadera articulación entre Estado y empresa. Desde el 2015 que ésta es una recomendación de Naciones Unidas para alcanzar los -hoy más que nunca- ambiciosos objetivos al 2030.
Antes de la pandemia, el Financial Times y varios prestigiosos economistas criticaban esta tendencia de compañías comprometidas con la sociedad al afirmar que la empresa solo debe mirar los intereses de sus accionistas, y no los intereses de otros sectores. Estas aserciones son altamente discutibles, refutables incluso bajo el paradigma del viejo capitalismo.
¿Acaso a un CEO se le ocurriría ignorar los intereses del cliente porque primero está el accionista? Sin cliente no hay ganancia, y sin ganancia no hay accionista. La lógica nos dice que así como el cliente es imprescindible para el negocio -ergo para el accionista-, lo mismo vale respecto de los intereses (stakes) de los colaboradores, proveedores y todo grupo de interés (stakeholders) que facilite o incluso haga factible la licencia para operar de una empresa. Este corrimiento del shareholder hacia el stakeholder” también se viene dando en los hechos y en la práctica, constituyendo otra tendencia pre-pandemia.
Hoy ya es parte del análisis de riesgo de cualquier proyecto estudiar la factibilidad no solo económica y técnica sino también social y ambiental, puesto que la falta de aceptación por parte de una comunidad puede hacer naufragar cualquier proyecto, por más que en el Powerpoint o en el Excel se vieran indiscutibles.
Abundan los ejemplos de proyectos suspendidos o cancelados por falta de aceptación social que se traducen en conflictos muchas veces judiciales y otros en donde las mismas autoridades le sueltan la mano y la habilitación al ver el rechazo social que han generado o pueden generar.
Como los conflictos socio-ambientales ya no son ni pocos ni aislados, la totalidad de los bancos de desarrollo como el BID, IFC, CAF, etc., necesitan cubrir este nuevo riesgo y lo hacen con una batería de exigencias hacia las empresas y gobiernos para el caso de obras de infraestructura. De esta manera, estas instituciones financieras solicitan una creciente cantidad de requisitos en forma de salvaguardas ambientales, de vigilancia de los Derechos Humanos y de transparencia. Muchas veces estas bancas cubren sus riesgos requiriendo del proyecto complejos procesos de consulta pública para tener alguna garantía respecto de una mínima base de aceptación social del mismo.
En esa misma línea, unos meses atrás los principales fondos de inversión, por ejemplo Blackrock, circularon a las empresas de sus portfolios que debían realizar test de stress sobre las operaciones ante diferentes escenarios climáticos y ambientales. De esta forma buscan cuantificar el riesgo de eventuales impactos que el cambio climático podría llegar a generar sobre estas empresas: sus procesos, abastecimientos de recursos, su logística y la disponibilidad de energía. También debieron simular cuánto podría impactar en su bottom-line si en algunos países comenzaban a cobrar impuestos a la generación de gases de efecto invernadero.
Todo esto no es proyección futura, sino que estamos hablando lo que ya hoy, antes de la pandemia y todavía dentro del viejo capitalismo, se presentaba como una tendencia imparable.
En Davos 2020, durante la última reunión de la World Economic Forum, los primeros cinco riesgos globales identificados fueron ambientales y sociales, desplazando ya los riesgos financieros directos. Esto no quiere decir que no se perciban riesgos financieros, sino que los mismos serían consecuencia de otros riesgos de alta probabilidad de ocurrencia como también de alto impacto. Esto viene sucediendo ya desde 2010, incluso los riesgos socio-ambientales compartieron podio con los riesgos de los ciberataques y el bioterrorismo.
¿Con todo esto, podemos seguir afirmando que la empresa que se distrae en temas ambientales y sociales debería preocuparse solo por su accionista?
Paul Polman, quien lideró Unilever a nivel global, señalaba que muchas empresas sobreestiman al accionista, incluso interpretando sus necesidades o preferencias. Polman explicaba que, en promedio, un accionista tiene no más de 4 o 5 meses las acciones de determinada empresa en sus manos. Entonces, ¿qué nivel de compromiso con la empresa puede tener un colectivo de accionistas que, en promedio, entra y sale del negocio entre 2 o 3 veces al año?
Según Polman, cada empresa -junto a sus directores- debe priorizar a su compañía y no a determinado accionista o grupo accionario: una empresa con un plan de negocios sólido, sustentable y con valores de largo plazo va a atraer accionistas con un perfil acorde con ese espíritu.
Tanto es así que el Sr. Polman dejó de estresarse con los famosos reportes trimestrales (quarterly) alegando que él solo iba a cumplir con un plan de negocios sustentables que genere valor de largo plazo y reportar a accionistas que estuvieran de acuerdo con ese enfoque. Los números le terminaron dando la razón: hoy la empresa reporta a sus stakeholders (incluyendo a accionistas) sus resultados de triple línea de base.
En síntesis, el capitalismo como lo conocemos hoy va a salir aún más debilitado de lo que estaba en un escenario pos-pandemia. Si se intenta salvarlo con respirador artificial, ganaremos con suerte algo de tiempo.
Defender el viejo capitalismo solo con nostalgia, en un momento de la historia donde todo va a ser cuestionado, va a ser una tarea en la que nos encontraremos solos, sin ningún actor social aliado. Discutir así “más Estado o más mercado”, con una opinión pública que ya antes de la pandemia era poco empática con quienes defendemos el rol de la empresa, tiene un resultado inevitable.
En cambio, si desde el mismo sector empresarial nos convencemos primero a nosotros mismos -para convencer luego a otros- que somos más que meros agentes económicos que generan riqueza, que estamos dispuestos a asumir las responsabilidades que implica el nuevo rol de la empresa en una sociedad más sustentable e inclusiva; y si reconocemos las limitaciones y fallas, que como todo sistema el capitalismo ha tenido, vamos a tener la invalorable oportunidad de sentarnos en una nueva y más amplia mesa para celebrar un nuevo contrato social que sea el sostén de un nuevo capitalismo.
Un nuevo capitalismo con nuevas formas de articulación entre lo público y lo privado
Una nueva forma de articulación entre lo privado y lo público nos llevarán casi como consecuencia natural a una resignificación de la globalización, del mercado y de la tecnología. Si algo nos enseña la crisis de la pandemia es que estos son plataformas en búsqueda de sentido. Hoy nos encontramos pagando el altísimo costo de haberlos vaciado de valores, de haber permitido que reinara la lógica del aislacionismo que desvaloriza todo propósito que implique la búsqueda del bien público por encima del individual. Por eso, un nuevo capitalismo es necesario para empaparlos de nuevos principios y valores.
Si creemos que una vez superada la pandemia hay que volver al mismo punto de equilibrio previo a la crisis del COVID, vamos a estar nuevamente igual o más vulnerables ante todos los demás desafíos globales que han quedado en una latente lista de espera, como la falta de acuerdo político con respecto al cambio climático, la lucha contra el hambre y la pobreza, así como el resto de los 17 objetivos de Naciones Unidas.
Si bien resulta imprescindible divisar el rol de la empresa para el nuevo capitalismo, resulta incluso aún más importante repensar cuál sería el rol del Estado en ese nuevo capitalismo, ya que éste es parte imprescindible del nuevo contrato social subyacente. Y, como dijimos antes, el falso dilema “más Estado o más mercado” nos atrapa en un laberinto del cual solo se sale por arriba: mediante la articulación entre lo público y lo privado.
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