Tras la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo después que los científicos de Stalin detonaron la primera bomba atómica, el departamento de Estado y el Pentágono armaron equipos de médicos, sicólogos y otros expertos que analizaban fotos, películas y cualquier material gráfico posible para determinar el estado de salud del líder de la Unión Soviética y lo que ya empezaba a ser la gerontocracia que todavía por algunas décadas gobernaría a ese país.
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El problema era que no había forma de conocer el estado de salud de los líderes soviéticos porque obviamente no había información. El Kremlin consideraba la salud de sus líderes un secreto de estado y como tal manejaba la información, hacia adentro y hacia fuera del país.
El reciente descalabro comunicacional del gobierno de Mauricio Macri (y van…) relacionado con su problema cardíaco puso de manifiesto una vez más que lo que sucede con la comunicación oficial en Argentina –independientemente de gobiernos, pasó con Menem y la avispa, con De la Rúa y sus problemas de salud, con Cristina Fernández de Kirchner y sus varios problemas de salud física y mental- no son sólo errores de los profesionales que manejan la comunicación sino un problema más arraigado de los propios políticos: una concepción soviética, mejor dicho stalinista, de la comunicación.
Los políticos, sobre todo los que acceden al máximo poder de la Nación, siguen interpretando a la comunicación como un mecanismo de manipulación de masas y no un servicio público, que es lo que corresponde en una democracia.
La obsesión cristinista con los medios revela claramente esa concepción. Increíble que los peronistas tampoco lean a Perón quien, paradójicamente, se dio cuenta de ello cuando dijo “ganamos cuando teníamos todos los medios en contra y perdimos cuando los teníamos todos a favor”.
La obsesión del PRO con las redes sociales marca la misma idea aunque de signo contario y más “cool”: más de la mitad del país no está en esas redes y quizás por eso mismo algunos crean que no merecen ser informados.
TODO lo que le pasa al presidente es de interés público y como tal debe informarse, clara, rápida y transparentemente en forma cotidiana por TODOS los medios.
Pero mientras los políticos crean que comunicar es manipular y no informar, estos episodios seguirán repitiéndose. Hasta en la URSS la manipulación de la información y el lavado de cerebros durante décadas no impidió la implosión del sistema soviético.
Que eso aún no se haya aprendido en la Argentina es notable, y por los visto en las última décadas esa visión no es privativa de algún sigo político en particular.
Entender que la gente no es tonta ni manipulable, menos en esta época de información global e instantánea las 24 horas, sería un primer paso para la consolidación democrática de la Argentina.
No perdamos la esperanza de que así sea.