Eduardo Reina: “no alcanzan los gestos simbólicos para sostener una reputación”

Por Eduardo Reina *

Según encuestas difundidas esta semana, la imagen pública del vicepresidente Julio Cobos descendió luego de conocerse el dictamen bicameral sobre el ex presidente del Banco Central, Martín Redrado.

Sin dudas, su imagen trepó después del recordado “affaire” de la 125 y su ya famoso voto “no positivo”. Y ahora nos preguntamos cómo una decisión que en el fondo impacta menos en el día a día de la gente común, pueda ocasionar un descenso tan significativo en la percepción que se tiene de él.

¿El efecto Cobos es personalista o institucional?

La tarea más difícil para una fuerza política es lograr identidad. Esta identidad no se forma de un día para el otro, sino que es el resultado de transitar un camino muy largo.

En la Argentina y en muchas otras partes del mundo existe hoy en día una “emergencia” de identidad y liderazgos, devenida tanto por la mala elección de los dirigentes que manejan los partidos políticos, como así también de la pérdida de credibilidad de los que ejercen funciones de gobierno. Sin embargo, no sólo se trata de un problema de identidad, sino que ello se refleja además en las dudas que esas dirigencias exhiben ante su (in)capacidad de convocatoria masiva detrás de una idea o partido, y contrario a los indicadores sociológicos.

Después del golpe fuerte que recibieron los partidos tradicionales, en la Argentina quedaron vacantes espacios políticos que, en algunos casos, fueron cubiertos por movimientos sociales relativamente fluidos (ONGs, fundaciones, etc.) que se estructuran casi como partidos políticos para ejercer una línea de pensamiento con ribetes novedosos y cuyo mayor capital pareciera el encolumnarse detrás de líderes mediáticos, personalidades del jet-set, deportistas, actores, intelectuales, etcétera. Estos encolumnamientos a veces persiguen fines inmediatos, como lo son candidaturas “mediáticas” que luego son incapaces de permanecer por peso político propio y que por eso tienden a desaparecer tan rápido como han surgido.

¿La modernización de los partidos políticos es el camino?

Cuando se crea la imagen de un producto, se busca que el consumidor confíe en la marca y que se identifique con ella con el fin de ingresar al mercado y alcanzar los niveles esperados de ventas. Es por eso que, si tomamos a los partidos políticos como marcas, queda claro que de un tiempo a esta parte, la relación con el consumidor/elector se quebró debido a la idea de corrupción y poca eficacia del sistema político imperante, independientemente de su afiliación partidaria.

Hoy, el desafío es diseñar nuevas estructuras o herramientas que posibiliten la transformación de los partidos, haciéndolos atractivos al consumidor/elector, para que se interesen además en uno de los componentes diferenciales del sistema político: la participación permanente. O sea, no sólo “comprar” el producto al adherir con su voto a un corriente de pensamiento, sino también el involucrarse en el sostenimiento de esas ideas.

Si se analiza la actualidad de cualquiera de los partidos políticos del país, observamos un sentimiento de desarraigo, de “no pertenencia”, ya que los partidos se han convertido en aparatos con fines meramente electorales, descartando el valor agregado de “sentirse parte de algo” que trascienda al consumidor/elector. Porque, ¿qué motivación existe hoy para acercarse a una sede partidaria?

La imagen y la reputación no son lo mismo. Sin embargo, tanto la imagen y la reputación se construyen en el tiempo. Y si bien la imagen de una persona puede disparar la idea que se tenga de ella, serán el trabajo, la ética y la comunicación de sus acciones las que cimienten su reputación, verdadero capital político que perdurará en un lapso mayor.

Julio Cobos tuvo su día de gloria con la 125 en 2008. Lo que brilló -y se elevó- entonces fue su imagen. Desde entonces, intentó prolongar esa imagen en el tiempo, valiéndose para ello de meros actos simbólicos, propios para las cámaras y micrófonos eventuales, pronunciando frases de rigor o participando de la pirotecnia verbal (no de fondo) con sus enemigos de turno. Pero una foto en una maratón, palabras oportunas en algún acto público, no constituyen un debate periodístico franco y maduro que hubiese significado la piedra basal para la construcción de una reputación que trascendiera su lugar en el escenario político nacional.

La imagen y la reputación son activos que crecen día a día y minuto a minuto. Estos valores poseen sus propios tiempos de maduración. Entenderlos y cultivarlos no sólo beneficiará a quien se ponga a trabajar en ello, sino también redundará en un comportamiento más racional del consumidor/elector.

“El más puro tesoro al que puede aspirar un ser humano en estos tiempos es a una reputación sin mancha, que le sobreviva, Los hombres son como cerámica dorada o barro pintado”. William Shakespeare.

* Reina es director y socio de la consultora Estudio de Comunicación en Buenos Aires.