¿Condición de Putin para entregar su “Sputnik light”?

Por Diego Dillenberger *

“Explíquenme por qué, si aprobé la vacuna, después no la compré”, planteaba el presidente Alberto Fernández en una entrevista con CNN en español en tono desafiante. Corrió mucha “frastaslafra” bajo el puente tratando de explicar lo inentendible: por qué, si la Argentina estaba al tope de la lista preferencial para recibir la vacuna contra el COVID desarrollada por Pfizer, el país se perdió la posibilidad de conseguir más de 13 millones de dosis que hubiesen salvado a muchas vidas de argentinos.

¿Pfizer pidió las cataratas del Iguazú, como insinúan delirantemente algunos integrantes del oficialismo, o hubo algo inconfesable para el propio gobierno?

El misterioso y contradictorio fracaso en conseguir esa vacuna, así como otras inyecciones desarrolladas en los Estados Unidos y consideradas muy efectivas para combatir la pandemia se colocó en el centro de la agenda de la política argentina. Con razón: ¿fue inoperancia, mala fe o corrupción lo que está detrás de ese fracaso que podría haber salvado muchas miles de vidas de argentinos y evitar que hoy estén saturadas las terapias intensivas en todo el país y parada nuevamente la economía con una nueva cuarentena estricta?

La vacuna Pfizer está prometiendo convertirse cada vez más en un tema de campaña clave de cara a las elecciones legislativas. Promete sintetizar y representar como nada la mala gestión del gobierno del presidente Alberto Fernández en un momento en el que, según la última encuesta de la Universidad de San Andrés, alcanzó el 76 por ciento de desaprobación de gestión: superó al ex presidente Mauricio Macri en su peor momento.

Patricia Bullrich pateó el avispero con una denuncia de que la compra de la vacuna Pfizer fracasó porque el anterior ministro de Salud, Ginés González García, les habría exigido a los norteamericanos hacer el negocio a través de una “contraparte” argentina. Ya se sabe que esas “contrapartes”, a veces consultoras o empresas de amigos del gobierno, funcionan como el mecanismo para generar los “retornos”. Es casi un clásico del kirchnerismo.

La Justicia determinará si hubo algo de eso, luego de que el Presidente le iniciara una demanda a la líder del PRO.

La denuncia suena verosímil. Se verá.

Pero aunque resulte cierto, el ex ministro de Salud ya no está hace medio año, y de todos modos el gobierno no hizo más gestiones para recuperar la vacuna de Pfizer y su prerrogativa de conseguirla velozmente y en grandes cantidades por haberle puesto miles de brazos argentinos a su disposición en la etapa experimental.

Hoy los vecinos de Argentina: Uruguay, Chile, Brasil, Paraguay, Bolivia y Perú han comenzado a inmunizar a su población con esa vacuna. No pusieron ningún brazo para las pruebas, y no tuvieron que entregar ningún recurso natural ni destino turístico al laboratorio para eso.

Hubo algo más para que la Argentina súbitamente decidiera no cerrar ni con Pfizer, ni con Moderna ni con Janssen: las tres vacunas contra el COVID desarrolladas en Estados Unidos.

La respuesta la tiene una investigación publicada esta semana en el diario inglés The Guardian.

“Influencers revelaron que una agencia de relaciones públicas vinculada a Moscú les ofreció dinero para ensuciar a la vacuna de Pfizer”, informa el prestigioso matutino. La agencia se llama Fazze y salió a pagar a youtubers y bloggers para que difundieran la fake news de que esa vacuna -considerada por la ciencia la más efectiva de todas las disponibles hoy- es responsable de miles de muertes ocultas.

La maniobra saltó a la luz la semana pasada, y viene a confirmar lo que se sospechaba: para el mandamás ruso Vladimir Putin, la vacuna Sputnik no es una herramienta más para salvar vidas y combatir la pandemia a nivel global: es un arma en la nueva “guerra fría” con Occidente para alinear a países pobres.

Su nombre lo dice todo: Sputnik I se llamó el primer satélite con el que la Unión Soviética de Nikita Kruschev iniciaba triunfadora la carrera espacial, que terminó ganando Estados Unidos.

Fueron 3 los Sputnik, y los expertos sostienen que esta vacuna originalmente debía llamarse “Sputnik 5”. Finalmente decidieron reinterpretar el V romano por una “v” de vacuna.

Parafraseando al gobernador bonaerense, Axel Kicillof: se notaba mucho.

Pero 5 en números romanos o V de vacuna, da lo mismo: para Putin, los que deciden adquirir la Sputnik reciben la condición implícita de que no cierren acuerdos con las vacunas desarrolladas por Estados Unidos.

Hay que leer el fracaso en conseguir la vacuna de Pfizer en la mismo clave en el que el gobierno argentino se coloca del lado del grupo terrorista Hamas para exigir a la ONU una investigación de violaciones a los derechos humanos por parte de Israel, o de la que retira a la Argentina de los países que demandan a la dictadura de Nicolás Maduro ante el tribunal internacional de La Haya por las violaciones a los derechos humanos y delitos de lesa humanidad en Venezuela.

Es parte de lo mismo: condicionalidades políticas para obtener la vacuna rusa, que -de paso- ni siquiera está llegando en tiempo y forma. La Casa Rosada manda cada tanto a Moscú los aviones de Aerolíneas Argentinas vacíos sin siquiera saber con cuántas vacunas podrá volver a Ezeiza.

Para peor, Moscú ya avisó que no quiere exportar más el segundo componente, porque le cuesta mucho su producción industrial, admitió. Así que a la Sputnik V que manda al Tercer Mundo la “rebautizó” Sputnik “light”, y los argentinos que no estuvieron entre los afortunados de la primera partida, con sus dos dosis, probablemente nunca tendrán su inyección de refuerzo.

En lugar de Pfizer, Moderna o Janssen, toca Sputnik “light”.

Para peor, la de Pfizer ni siquiera es un desarrollo “yankee”. La vacuna la inventó la farmacéutica alemana Biontech, que recibió aportes federales del gobierno de Berlín, y se asoció luego con Pfizer para producirla masivamente.

Otra prueba de la inhumana condicionalidad política que estaría imponiendo Putin la tiene una exitosa gestión iniciada por el empresario Eduardo Eurnekián, dueño de la concesión de Aeropuertos Argentina 2000, con el CEO de Moderna, Noubar Afeyan (también de origen armenio). Es otra de las vacunas desarrolladas en Estados Unidos y consideradas altamente efectivas contra el COVID.

Eurnekián obtuvo el ok del laboratorio, pero el gobierno no avanzó.

Johnson & Johnson, dueño de la vacuna Janssen -monodosis- la presentó ante el organismo argentino de alimentos y medicamentos ANMAT y nunca obtuvo aprobación.

Cuántas vidas se podrían haber salvado consiguiendo las vacunas norteamericanas en tiempo y forma antes de que explotara esta dramática segunda ola que está sembrando muerte y desesperación en la Argentina, será difícil de calcular.

Pero sin duda ese guarismo va a ser central en la campaña electoral de cara a las legislativas de noviembre y va a ser la síntesis de mucho más que una preferencia por una vacuna o la otra.