Uber entendió que no puede pelearse con todo el mundo, todo el tiempo y simultáneamente

Uber entendió que no puede pelearse con todo el mundo, todo el tiempo y simultáneamente

Los problemas para la plataforma on line de transporte Uber no terminaron, pero ya empieza una nueva estrategia de negocios y comunicación, y la Argentina no es ajena a esa nueva etapa. Apenas días atrás la justicia prohibió su actividad en Londres por considerarla “no apta y apropiada” para transportar gente. Es solo un capítulo en larga lucha legal en todo el mundo del gigante tecnológico que ofrece un servicio de taxi más económico y eficiente pero que enfrenta no solo las protestas de los taxistas tradicionales, sino los resultados de una política de negocios y comunicación demasiado agresiva. En Argentina, los taxistas lograron aliarse con el gobierno de la ciudad de Buenos Aires y consiguieron fallos contra Uber, aunque todavía el servicio está disponible.

El formato de conquista de mercados de Uber fue criticado por pasar por alto normas, regulaciones y, sobre todo, relaciones amistosas con las autoridades. El conflicto era su estrategia: precios mucho más bajos para los clientes, que a su vez se convertían en los verdaderos “defensores” de Uber, con tarifas de hasta menos de la mitad que los taxis tradicionales. Esas tarifas eran posibles gracias a una costosa ofensiva de precios y de reclutamiento de choferes, que en algunos países incluía hasta la posibilidad de darles préstamos para que compren sus autos y así compensar el ingreso más reducido de los choferes que trabajan para Uber.

Los titulares de los medios sobre la compañía, que se describe a sí misma como “plataforma tecnológica” y no empresa de transporte, como la ven las autoridades en muchas ciudades, en los últimos meses tuvieron una negatividad in crescendo: su anterior CEO, Travis Kalanick, debió renunciar por su alto nivel de conflictividad: tuvo choques con las autoridades de diversas ciudades, con sus propios empleados, y los choferes a los que no considera empleados, sino contratistas. Fue acusado de usar programas ocultos para espiar a la competencia, engañar a las autoridades y a los propios choferes. Hasta fue denunciado por Google por supuesto plagio de software para manejar autos autónomos. Una dosis de sexismo, discriminación racial y cultura interna tóxica, y se completa el cóctel que eyectó a Kalanick, semanas atrás.

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