La manera de comunicar de los expertos en salud durante la pandemia podría resumirse en dos palabras: confusa y desalentadora. Todo lo contrario a como deberían ser los mensajes en tiempos en los que la sociedad necesita sentir más confianza y seguridad que nunca. Según escribió el periodista norteamericano David Leonhardt para el New York Times, sin embargo, los mensajes tan poco transparentes tenían buenas intenciones por detrás.
Los expertos desalentaron el uso de los barbijos al principio de la pandemia aunque sabían que disminuirían la propagación del virus, por ejemplo, porque temían que el público corriera a comprar las mascarillas reservadas para el personal de salud. El problema fue que en vez de comunicar eso de manera transparente y explicarlo, directamente aconsejaron no usar tapabocas, lo que generó muchas dudas: por un lado se decía que los barbijos no eran efectivos, pero por el otro, los médicos y las enfermeras los utilizaban.
El error de comunicación acarreó un alto costo, porque retrasó el uso del barbijo a nivel masivo. Y lo mismo está ocurriendo ahora con la aparición en escena de las vacunas, cuya comunicación está rodeada de advertencias y enfatiza sus limitaciones en vez de sus beneficios, los que no son menores. ‘‘Estamos subestimando a la vacuna’’, dice Aaron Richterman, especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Pensilvania.
Las nuevas fórmulas van a salvar vidas, pero en vez de resaltarlo, los expertos no dejan de recordar que incluso los vacunados pueden contagiarse, que la inyección no es 100 % efectiva, y que no por haberse inoculado uno debería dejar de usar barbijo. Todas esas declaraciones son verdaderas, escribe Leonhardt, pero todas juntas terminan transmitiendo un mensaje muy desalentador, perjudicial y que hasta podría considerarse engañoso.
Tan errónea ha sido la comunicación que hasta los propios rusos no quieren aplicarse la Sputnik V. A fines de octubre, un 73 % de los rusos manifestó que no planeaba vacunarse, según una encuesta a cargo del partido gobernante Rusia Unida. Además, un sondeo realizado por Edelman en noviembre encontró que, en 28 países evaluados, solo un poco menos de dos tercios de los encuestados dijeron que estarían dispuestos a vacunarse en un año. Así, aunque haya vacunas, la pandemia no terminará: para que sean efectivas, las personas tienen que aplicárselas.
Paul Offit, director del Centro de Educación sobre Vacunas del Hospital Infantil de Filadelfia, dijo al New York Times que la vacuna contra el Covid-19 se debería estar recibiendo con el mismo entusiasmo que se recibió a la vacuna contra la polio. Y gran parte del motivo por el que eso no está ocurriendo es por cómo se ha comunicado el tema: poniendo el énfasis en todos lados menos en los beneficios de la inyección y transmitiendo de una manera tan poco transparente que el público ya no cree en nada ni nadie.
Empezando por un ministro de Salud argentino que dijo que aplicaría criterios geopolíticos para decidir qué vacuna adquirir para su país y siguiendo por la falta de transparencia de los laboratorios que incluyó puestas en pausa inexplicadas de los ensayos clínicos y fechas cada vez más elusivas de cuándo estaría lista la inyección, la comunicación de la pandemia asustó, desalentó y, además, alimentó al movimiento antivacunas.
Actualmente nos enfrentamos a una especie de puja de comunicación. Por un lado, las personas no quieren inocularse, sea por temor, incertidumbre o porque lo consideran innecesario dado que no es garantía del fin de la pandemia. Pero por el otro, los gobiernos mismos están generando ansiedad por la vacuna al insistir en comprarla y hasta quejarse cuando los laboratorios no logran cumplir con las cantidades acordadas, como fue el caso de Italia con Pfizer.
Tal vez los expertos en salud deberían apostar no solo a los laboratorios si no a una comunicación más seria, científica y alentadora para ponerle fin a la propagación del virus. Incentivar a la población a aplicarse la vacuna en vez de instarla a lo contrario sería una buena forma de comenzar. Al final, la misma comunicación podría ser la responsable de alargar todavía más lo que ya parece una interminable pandemia.