Por Nina Michanie

‘‘La selección será científica y a la vez geopolítica’’, dijo Ginés González García, ministro de Salud de Argentina, sorprendiendo a una opinión pública que cada vez se manifiesta más temerosa de vacunarse en medio de la pandemia más grave que afecta a la humanidad en un siglo.

González García se refería a la forma en la que decidirá qué vacuna comprar para su país, administrado por un gobierno con fuerte tendencia ideológica a la izquierda. Sus declaraciones no fueron muy bien recibidas por los medios en un contexto de tanta incertidumbre, no solo por cuándo estará disponible la vacuna, si no de cuán segura será. ‘‘¿Nos aplicarán una vacuna según su procedencia ideológica y no científica?’’, se preguntaron muchos periodistas

El problema no es sólo argentino, sino mundial: los profesionales de comunicación tienen un desafío inesperado, porque no bien estén las vacunas listas, erradicar el coronavirus dependerá de que toda la población mundial se vacune, y ese parece no ser un objetivo alcanzable con una opinión pública cada vez más escéptica y expuesta a una “infodemia” de fake news. 

Una flamante encuesta del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano en la ciudad de Buenos Aires indica que solo el 38 % de los porteños “aceptaría ser de los primeros en aplicarse la vacuna”. Un 17 % aceptaría “solo después de un tiempo” y otro tanto dice que no sabe. Un sólido 28 % dijo que no.

La encuesta del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano: solo el 38 % de los porteños “aceptaría ser de los primeros en aplicarse la vacuna”

Pero los PR de las farmacéuticas, que tienen en la vacuna la oportunidad del siglo para resolver los problemas serios de reputación de la industria, se están convirtiendo en parte del problema y no en la solución.

La semana pasada la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa) de Brasil informó que había fallecido un voluntario que participaba de los ensayos clínicos de la vacuna de Oxford, pero inicialmente no dio a conocer el motivo de su deceso. El diario brasileño O Globo y la agencia de noticias Bloomberg afirmaron que el hombre habría recibido placebo y no la vacuna; CNN Brasil, que su muerte se debía a complicaciones con el Covid-19, y AstraZeneca señaló que no podía comentar sobre casos individuales debido a las normativas de los ensayos clínicos y la confidencialidad. Así, la falta de transparencia nuevamente estuvo a la orden del día.

El de Oxford no es el único caso envuelto en misterios: el ensayo clínico de Johnson & Johnson debió ser pausado hace casi dos semanas y todavía ni el el laboratorio norteamericano ni la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) revelaron demasiados detalles. Por el momento se sabe que un voluntario padeció una ‘‘enfermedad inexplicada’’ pero no se dió a conocer si había recibido placebo o la vacuna, como suele suceder en los típicos estudios “doble falso ciego” en el que el laboratorio es el único que sabe quién recibió el medicamento y quién sólo un placebo.

La comunicación tan poco confiable tiene consecuencias directas en la opinión pública. En Estados Unidos, por ejemplo, un estudio del Pew Research Center indicó que el porcentaje de adultos que dijo que se aplicaría una vacuna contra el Covid-19 cayó del 72 % en mayo al 51 % en septiembre. Además, el 49 % dijo directamente que no se aplicaría la vacuna. Si bien el concepto de inmunidad de rebaño existe, el coronavirus es tan nuevo que los científicos aún no conocen cuál es la proporción de la población que tendría que tener anticuerpos (ni cuánto tiempo perdurarían) para que la inmunidad de rebaño funcione: sin vacunación masiva, la pandemia puede seguir por años.

Por otro lado, Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, tuiteó esta semana que en su casa sólo su perro será obligado a vacunarse. Sus dichos se enmarcan en el debate por la obligatoriedad de la vacuna y podrían interpretarse como una provocación al gobernador de São Paulo, Joao Doria. Doria insiste en que la vacuna deberá ser obligatoria para los 46 millones de habitantes del estado a su cargo, que fue el de más contagios de todo Brasil. 


“Buenas noches a todos. La vacuna obligatoria aquí solo es para Faisca (chispa)”, twiteó el presidente brasileño, haciendo referencia a su mascota

La pandemia trajo aparejada una segunda pandemia, casi igual de peligrosa: la ‘‘infodemia’’, la epidemia de noticias falsas sobre el coronavirus y la ciencia. La región más afectada por este fenómeno es América latina: la fundación italiana Bruno Kessler afirma que los 15 países con información menos fiable circulando por medios digitales pertenecen todos a Sudamérica. En Perú y Venezuela, por ejemplo, únicamente el 25 % de las noticias son confiables, lo que quiere decir que solo uno de cada cuatro tweets o posteos en Facebook se consideran corroborados y provenientes de fuentes serias.   

En este contexto, las palabras del ministro Ginés González García son todavía más preocupantes. Los argentinos podrían pensar que acabarán recibiendo la vacuna de la preferencia ideológica del gobierno en lugar de la más segura o efectiva, lo que no contribuirá a una alta tasa de vacunación. 

Parecería ser, entonces, que las medidas de protección contra el Covid-19 deberían incluir la constatación de información además del uso de alcohol en gel: David Icke, conocido propagador de teorías conspirativas, publicó en sus redes sociales que “Un 97 % de quienes se apliquen la vacuna contra el coronavirus se tornarán infértiles’’. La afirmación no tiene ningún tipo de base científica ni evidencia empírica, pero fue mostrada a un grupo de 3.000 ciudadanos ingleses que participaban de un experimento. De esos 3.000, el 54 % había asegurado que se aplicaría la vacuna cuando estuviera disponible, pero después de ver publicaciones online como las de Icke, ese porcentaje disminuyó más de seis puntos.  

‘‘La selección será científica y a la vez geopolítica’’, dijo Ginés González García, ministro de Salud argentino, en referencia a cómo seleccionará la vacuna para su país

Heidi Larson es la fundadora del Vaccine Confidence Project (VCP), o el proyecto para la confianza en las vacunas. La antropóloga estadounidense se dedica hace más de dos décadas a recorrer el planeta intentando entender qué hace que la gente dude si vacunarse o no, y en septiembre publicó un ensayo que mostraba los cambios en la confianza que la gente depositaba en las vacunas. El informe indicó que entre 2015 y 2019 la confianza que los ciudadanos de Indonesia tenían en las vacunas disminuyó del 64 al 50 % luego de que líderes musulmanes cuestionaran la seguridad de las vacunas contra el sarampión, las paperas y la rubéola y emitieran una fatwa, o dictamen religioso, diciendo que esas vacunas contenían ingredientes prohibidos.

Si a eso le sumamos la falta de transparencia que están evidenciando los laboratorios y las reacciones poco meditadas como las del ministro de Salud argentino, tenemos un cóctel explosivo que puede complicar que en 2021 termine la pandemia gracias a la vacuna.

‘‘Jamás escuché un comentario tan asombroso en todo el debate mundial sobre el coronavirus’’, apuntó el periodista argentino Marcelo Longobardi en su editorial en Radio Mitre, haciendo referencia a los dichos de González García sobre cómo decidirá qué vacuna suministrarle a sus ciudadanos. Al decir que la decisión sería “geopolítica”, el ministro se refería a la vacuna desarrollada en China y a la polémica “Sputnik” de Rusia, a pesar de que el laboratorio argentino mAbxience, del grupo Insud perteneciente a Hugo Sigman, ya anunció que producirá la vacuna de Oxford y AstraZeneca en su país. 

Además, la ex azafata y referente política de ultraizquierda del gobierno Alicia Castro se sumó al debate: desaconsejó la vacuna inglesa y propuso que se confiara solo en las de Rusia, China y una por ahora ignota inyección cubana.

Alicia Castro, política de ultraizquierda, aconsejó al gobierno alejarse de la vacuna de Oxford y confiar en las producidas por Rusia, China y Cuba

La primera de esas fórmulas fue probada en 51 personas: 50 militares rusos y la hija del propio mandamás ruso Vladímir Putin. La caribeña, llamada Soberana genera todavía más dudas: “reporta cero evento adverso grave luego de la inyección de los primeros 20 voluntario, según tuiteó Dagmar García Rivera, directora de investigaciones del Instituto Finlay, el centro científico estatal cubano que dirige el proyecto. 

Para no quedarse afuera, después de González García y Castro se sumó a la discusión Elisa Carrió, la ex diputada y co-fundadora de la coalición opositora Juntos por el Cambio. En una entrevista televisiva aseguró que no se aplicaría la vacuna contra el coronavirus porque ‘‘es un negocio y una desesperación de Cristina’’ Kirchner. 

“Las vacunas no salvan vidas. Vacunarse salva vidas”, dijo Daniel Salmon, director del Institute for Vaccine Safety de la Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health. Que las vacunas se aprueben es importante, pero más importante es que la gente esté dispuesta a aplicárselas. La comunicación responsable es un factor determinante en esa decisión, y juega un rol importantísimo en la pandemia. La transparencia y la información verificada podrían contribuir a ponerle un fin a estos meses distópicos o, por el contrario, a extenderlos cada vez más.