Será el primer hombre de PR en conducir la UIA, y su designación (asume el 22 de septiembre) es buena noticia para el empresariado argentino: la mala imagen de los empresarios y el escasísimo consenso que tiene en la sociedad argentina la economía de mercado no podrían ser un peor trasfondo: ese será el “cepo” más complejo de aflojar para el presidente que surja de las elecciones presidenciales de octubre. La herencia en materia de opinión pública que dejan los más de 12 años de relato kirchnerista es un problema más complejo que el “cepo” cambiario, aun habiendo fracasado rotundamente el “modelo económico nacional y popular”.
De fluctuar en un campo medio, entre el Cielo y el infierno, hace más de una década, hoy los empresarios son muy mal percibidos por la sociedad: el ranking de confianza de la encuestadora CIO los ubica, con 17 por ciento, en el piso de la tabla, que lideran los periodistas, con 53 por ciento.
Peor está el consenso de la opinión pública argentina sobre la economía de mercado. Un estudio del prestigioso instituto estadounidense Pew Research Center en 42 países ubica a los argentinos en el fondo de una tabla de aprobación de la economía de mercado: atrás de Venezuela, Vietnam o China comunista. De hecho, con 48 por ciento en contra y apenas 33 a favor, Argentina es hoy el único país emergente en el que los estatistas superan ampliamente a los que simpatizan con la iniciativa privada.
El lamentable estado de la imagen del empresariado y sus valores es fruto del bombardeo del relato K, pero también de 12 años de silencio empresario.
Las anteriores conducciones de la UIA no fueron ajenas a ese silencio, y cualquiera de los candidatos que resulte electo en las presidenciales debería sentir alivio de que la UIA lidere una estrategia comunicacional para moderar el endiosamiento del estatismo en la opinión pública y allanar el camino a un plan económico que apunte a combatir el problema medular de la inflación crónica argentina: el déficit fiscal infinanciable. El peso del Estado sobre el PBI argentino llega al 50 por ciento y es insostenible, y ese peso no se lo podrá bajar sin consenso en que la actividad privada deberá cobrar más protagonismo.
Adrián Kaufmann es arquitecto, pero además de haber cursado el master de UCES en Comunicación Institucional, llevó adelante la comunicación de Arcor durante más de dos décadas y contribuyó a que la empresa de alimentos sea desde hace muchos años la número uno del país en imagen positiva en todos los rankings de prestigio empresarial.
Todavía no se le conoce un plan estratégico para mejorar la imagen del empresariado en la sociedad argentina, pero lo primero que hizo Kaufmann cuando fue designado presidente, fue asegurarse de que las comunicaciones de la UIA lleguen a los medios de todo el país, algo que no sucedía. Es en muchos lugares del interior donde la opinión pública antiempresaria está más arraigada.
La llegada de Kaufmann a la conducción de la UIA también está ligada al regreso formal de Luis Pagani como CEO de Arcor, semanas atrás. Pagani fue presidente de la AEA, la Asociación Empresaria Argentina, que lo tuvo en ese cargo desde su fundación, en 2002, hasta que, en medio de la “Guerra del Campo”, en 2008, probablemente inquietado por la virulencia de los ataques del gobierno a los empresarios disidentes, decidió dar un paso al costado. Desde entonces, el silencio empresario se convirtió en mudez absoluta.
Sería buena noticia que Arcor asuma no solo un rol protagónico en la “rosca” política empresaria, sino que se convierta ante la sociedad en una suerte de “cara visible” del empresariado: es el mejor ejemplo de que los empresarios argentinos pueden ser exitosos en el mundo sin necesidad de hacer negocios con gobiernos o de recibir prebendas o “cotos de caza” que los libere de la competencia. De hecho el hombre que hoy está a cargo del día a día de la comunicación y los asuntos públicos de Arcor, Agustín O’Reilly, fue designado al frente de la Cámara de Comercio Argentino-Brasileña y tiene un rol clave en la Copal, el gremio empresario de los productores de alimentos. Pero ninguna asociación empresaria es en la Argentina tan influyente en la política y la agenda mediática como la UIA, que tiene vasos comunicantes con un millar de cámaras empresarias.
Kaufmann conoce el diagnóstico. Es un admirador de sus pares brasileños, particularmente de la poderosa FIESP, que nuclea a los empresarios paulistas. Sabe que uno de los secretos del éxito de los empresarios brasileños y su influencia en la sociedad es que las empresas del sector tienen que asociarse compulsivamente a la central fabril. El aporte de muchas empresas lleva a la participación de miles de empresarios, y eso no solo le da un enorme presupuesto para actividades de comunicación, sino que le da un consenso en la sociedad y en la política que los empresarios argentinos solo pueden envidiar.
Hoy los empresarios deben lidiar con serios problemas de imagen en parte porque cedieron la agenda de comunicación al gobierno kirchnerista, que, por ejemplo, los viene culpando de ser los responsables de la inflación (que por otra parte niega que exista), o la entregaron a representaciones gremiales que no alzaron su voz en más de una década para proteger negocios de un grupo reducido de empresarios con el propio gobierno.
Otro de los problemas con los que deben lidiar los empresarios es la ausencia absoluta de voceros, desde que ya en los primeros años del kirchnerismo tanto dueños de empresas como CEOs se asustaran de las represalias kirchneristas cada vez que se expresaban en los medios, no quedaron caras visibles ni “relatos” de empresarios creíbles con los que la opinión pública se pueda identificar. Es inimaginable una estrategia de comunicación para reconciliar a la opinión pública con el empresariado y la idea de la economía de mercado sin voceros representativos que puedan sostener un relato (verídico y no mitómano, en el sentido kirchnerista).
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