El.“atril”.de.Roosevelt calmaba,.unía,.explicaba,.no generaba.pánico.ni.azuzaba resentimientos

Por Diego Dillenberger.-

En marzo de 1933, a una semana de haber asumido la presidencia, en plena “crisis del 30”, Franklin Delano Roosevelt (FDR, para los amigos) inauguró sus fireside chats (charlas al lado del hogar). El país estaba hacía varios días en un feriado bancario, porque la crisis financiera de septiembre del 29, que hoy se recuerda con escalofríos, se había contagiado a la confianza de los depositantes.

Sus palabras, que inauguraron una nueva era en la comunicación presidencial, empezaron así: “Mis amigos, quiero hablar por unos minutos con la gente de los Estados Unidos sobre los bancos. Para hablar con los pocos que entienden el lenguaje del sistema bancario, pero especialmente con la abrumadora mayoría de ustedes que usan los bancos para hacer depósitos y cobrar cheques”. Recomiendo escuchar atentamente la versión original en inglés, para apreciar el tono del discurso.

Los norteamericanos se reunían en las ciudades y pueblos alrededor de sus aparatos de radio para escuchar los fire side chats que inauguraba ese día y sentían que un padre sabio y calmo les explicaba y les insuflaba tranquilidad y confianza. La foto se veía al día siguiente en los diarios. Había que usar la imaginación. Hoy es más fácil.

Si nuestros políticos ¿De la Rúa, Rodríguez Saa, Duhalde? hubieran recordado este ejemplo de la historia, esta primera pieza de comunicación presidencial moderna, les habría servido de ejemplo para calmar la crisis bancaria argentina. Quizás nuestros líderes nunca entendieron del todo de qué se trataba esa crisis.

Téngase en cuenta: Roosevelt podría haber alzado el dedo índice para pasarle la factura al “neoliberalismo” de los conservadores y las empresas “concentradas” o haberles sugerido algún “Plan B” a los banqueros, parafraseando a una presidenta latinoamericana, que no es precisamente la chilena Bachelet.

Esto ni siquiera es nuevo. En Alemania, un señor que se llamaba Adolfo Hitler culpaba por aquella época a los judíos y sus “finanzas internacionales”. Y mientras el flagelo de la desocupación masiva, consecuencia de la crisis de Wall Street, azotaba con toda la furia a Alemania, el país “de los poetas y pensadores” terminó creyendo ciegamente en los delirios populistas nazis. Estados Unidos resolvió la crisis en democracia. Y FDR, que llegó al poder con un discurso netamente de izquierda, no aprovechó la ocasión servida en bandeja para practicar el deporte latinoamericano de echarle la culpa a otros.

Por el contrario, FDR buscó calmar los ánimos, explicar y alentar.

Hoy para Estados Unidos Roosevelt también podría ser un ejemplo salvador. El problema es que Roosevelt apenas llegaba de un triunfo electoral y gozaba de una enorme credibilidad. El republicano George Bush, que no tiene el don de comunicador de su antecesor demócrata, se está yendo del gobierno y con muy mala imagen.

No logró el lunes unificar al Congreso para que le votaran su archimillonario plan de rescate al sistema financiero, fundamentalmente por las dudas de los demócratas, pero también del común del norteamericano que no entiende por qué hay que poner plata para salvar a bancos que especularon y cuyos gerentes se llenaron los bolsillos. A muchos republicanos amigos de Bush no les gusta esto de la intervención del gobierno en la economía, aunque sea temporaria.

Por el contrario, parece que hubiera copiado a Néstor Kirchner frente a la tristemente célebre Resolución 125, con la que pretendía exprimir al campo y terminó conviertiéndose en un Waterloo parlamentario: Bush presentó el caso, igual que los K, como asunto de matar o morir. Y así como el matrimonio Kirchner, que aterró a la población argentina con su ataque al campo y estuvo a punto de renunciar luego del “voto no positivo” del vicepresidente Julio Cobos en el Senado, a Bush Wall Street se le derrumbó peor que en el 29 y la economía real le entró en pánico.

Lamentablemente, el problema de que Bush no sea Roosevelt es malo para Estados Unidos, pero también es malo para el mundo. En Europa no hay un líder que se haga cargo, y solo un presidente norteamericano puede agarrar el hierro caliente de la crisis que empezó ahí. En Asia tampoco. Ni piensen en América latina. Mientras tanto, el mundo sigue mirando atónito cómo tiemblan mercados esperando a un “Roosevelt global”.