¿Mucho ruido y pocas nueces? Protesta de Greenpeace en el Mar del Norte

 

Por Diego Dillenberger.-
La revista Imagen, junto con la publicación colega Gerencia Ambiental, estaba organizando un seminario muy esperado especialmente para el sector de la comunicación de empresas industriales sobre comunicación corporativa y medio ambiente. El atractivo principal de este debate-desayuno, programado para la semana próxima y que se había organizado con el auspicio de La Rural, era un debate con los principales encargados de comunicación de Greenpeace.
La temática de la exposición de Gonzalo Girolami, el jefe de prensa, y Federico Hellemeyer, el flamante director de Comunicación, recién llegado a la organización ecologista proveniente del sector privado, era buscar formas en las que la comunicación no sirviera solo para la confrontación, sino para la cooperación entre la organización y las empresas con el fin de hacer más sustentable el cuidado del medio ambiente y más viable la comunicación empresaria en temas ambientales.
Ambos ejecutivos de Greenpeace estuvieron de acuerdo con la idea….hasta que fue publicada. A partir de ese momento, Greenpeace canceló su participación sorpresivamente.
El seminario contaba además con cuatro excelentes expositores: Gustavo Pedace, director de Comunicación de Camuzzi Argentina y presidente del Consejo Profesional de RR.PP; Guillermo Saldomando, director de la consultora MDG y uno de los más experimentados de la Argentina en comunicación en crisis ambientales; el biólogo y periodista especializado y ex vocero de la Secretaría de Medio Ambiente Sergio Federovisky y Verónica Rivero, ex directora de comunicación de empresas sensibles, como la minera Barrick o la petrolera Petrobras.
Pero tanto IMAGEN como Gerencia Ambiental, dirigida por el abogado Horacio Franco, especialista en temas ambientales, decidieron no seguir adelante luego de tal defraudación.
Desde aquí pedimos perdón a los interesados en participar en el debate, que, previsiblemente, no fueron pocos.
¿Qué había pasado? Según explicaron en Greenpeace, al publicarse la “herejía” de que esa organización, tan conocida por sus ruidosas protestas mediáticas contra empresas, se rozaría con comunicadores empresarios en un seminario para exponer y debatir, diversos activistas de la entidad pusieron el grito en el cielo hasta conseguir que fuera cancelada la participación de Greenpeace. Al parecer, la sola palabra “cooperación” o “colaboración” cerca de “empresas” o “comunicadores empresarios” genera alergia en muchos líderes y activistas de la organización ecologista.
Una pena: las protestas de Greenpeace, que en definitiva es la mayor organización ecologista del mundo, no han evitado que el planeta se encamine hacia la catástrofe del calentamiento global. El activismo contra la contaminación de las papeleras solo logró que el gobierno argentino protestara contra Botnia, en Uruguay, pero no se preocupa por otras papeleras argentinas mucho más contaminantes. Las protestas por la contaminación del pestilente Riachuelo no movieron a ningún gobierno a actuar para sanear el curso de agua más contaminado del mundo. Los 12 millones de habitantes del área metropolitana de Buenos Aires viven una de las peores contaminaciones del aire, el agua y el suelo del planeta.
Y si Greenpeace, con todas sus protestas, no logra nada, quizás sea porque el método se esté agotando y en esta organización, nacida en los 70, no se estén dando cuenta. Esto es queda claro especialmente en Argentina, donde la sociedad ya hace años está anestesiada con tantas protestas sociales y políticas de todo tipo cada vez más frecuentes, más impactantes y más violentas. El método de la confrontación quizás haya dejado de funcionar. En la Argentina crispada del gobierno kirchnerista, la verdadera “revolución” sería el diálogo, el debate y la colaboración.
Para peor, la falta de diálogo con las empresas no es nueva y nunca trajo demasiados resultados para el medio ambiente. Un ejemplo es el de la protesta contra el hundimiento de la plataforma petrolera de Shell Brent Spar, en el Mar del Norte, en los 80: Greenpeace aseguraba que hundir esa torre en desuso iba a generar una terrible contaminación, y Shell aseguraba que había muy poco petróleo remanente en las instalaciones. Greenpeace ignoró la información de Shell y la obligó a ponerse de rodillas mediante un boycott brutal a sus naftas en Europa que fue mucho más efectivo que el famoso llamado del ex presidente Néstor Kirchner a “no comprarle a Shell ni una latita de aceite”.
Greenpeace, con su credibilidad tan superior a Shell, le produjo un serio quebranto a la petrolera, que al final se vio obligada a desmantelar la plataforma y llevarla a tierra a un altísimo costo, con tal de parecer políticamente correcta.
Una vez que lo hizo, Shell le demostró a Greenpeace que había basado sus cálculos y denuncias en datos falsos y que toda la protesta fue injusta y carente de fundamentos. ¿Sirvió al medio ambiente? No: solo le sirvió a Greenpeace para demostrar poder y ganar algunos adherentes impresionados por el poder de la protesta.
¿No será hora de que Greenpeace pruebe otra metodología que el setentismo de la protesta por la protesta y la confrontación en sí misma?